La primer parte del siguiente texto fue presentada como caso problema en el encuentro de estudiantes de ciencias de la salud, en el marco del 4º Foro Nacional de Educación para el Cambio Social realizado en junio en Rosario. Acá subimos además del caso problema el texto completo del cual lo extraímos, que problematiza nuestra formación. Al final de todo añadimos el otro caso presentado en el encuentro que permite pensar los límites de la práctica médica como nos la enseñan en la facultad.
Resumen rápido de una cursada poco feliz. Salud pública I, segundo cuatrimestre, 2010.
Cursé desde agosto hasta noviembre. Todas las clases salvo las últimas dos tuvieron la misma lógica: una docente leyendo diapositivas durante dos horas y comentándolas. La interpretación de todas las problemáticas de salud pública que hacía la docente se basaba en decir que la clase política no tiene el conocimiento suficiente como para enfrentarlas correctamente; así la solución sería que los estudiantes de medicina tengan una buena instrucción en esta materia, ya que de allí podría salir entonces un ministro de salud con las herramientas adecuadas. Después de todo, reparar cuerpos individuales es como diseñar en el cuerpo social un sistema de salud, ¿cómo podría pensarse distinto?
Al mismo tiempo, hacía una constante (y tediosa) apelación a la moral y al humanismo, como queriendo convencernos-conmovernos sobre lo terrible que era cada problemática medida a través de los indicadores de salud.
En cuanto a la participación, creo que me sobran los dedos de una mano para contar las veces que algún compañero habló durante esa cursada. Por otro lado tampoco era fácil tarea, dado que la docente hablaba casi ininterrumpidamente: no había silencios ni preguntas, puras afirmaciones. La mitad de los compañeros estudiaba otra materia, muchos miraban al frente y nada más, una chica escuchaba el mp3, yo fantaseaba con la posibilidad de sabotear el aparato de las diapositivas.
Las últimas dos clases hubo que presentar los trabajos prácticos, para esto cada grupo pasaba al frente y leía las diapositivas que había armado en base al trabajo que había hecho (que era más que nada un copiar y pegar estadísticas de salud de una provincia). Regularizar la materia consistía así en reproducir activamente lo que habíamos soportado pasivamente. Lo que sobretodo era palpable en esa instancia era que nada de lo que pudiéramos decir iba a cambiar nada ni generar nada, las formas anulaban la radicalidad potencial de cualquier contenido, y cambiarlas era lo inimaginable.
¿Cómo puede un contenido como el tuyo estar en una forma como esa?
El programa de la materia incluye para los que no lo hayan leído, unidades como “ambiente y salud”, “medicina preventiva” y “condiciones de vida y salud”, todos temas fundamentales para quienes creemos que la medicina debería tener un enfoque social (o mejor dicho, uno distinto del que tiene hoy). Sin embargo, de experiencias como la que acabo de comentar se desprende claro me parece el hecho de que no basta sencillamente con que esos temas estén en un programa para contribuir a generar otros egresados, otra medicina. Incluso podría decir que juega en contra: los compañeros que pasaron por esa cursada probablemente ahora le tengan rechazo a esos temas si no se lo tenían de entrada, y ni hablar de la subjetividad que se produce y el discurso que se imparte.
Cambiar el contenido no es suficiente: no es sólo el presupuesto, pero tampoco es sólo el plan de estudios lo que no nos sirve.
¿Qué es lo que queremos cambiar entonces? ¿Los docentes? ¿La estructura de cátedra? ¿El sistema de gobierno universitario? ¿Las relaciones de poder? ¿La participación?
Si en lugar de leer diapositivas con indicadores y definiciones, la docente hubiera leído frases de Marx o de Malatesta pero todo lo demás seguía igual, tampoco hubiese generado algo distinto en cuanto a lo que se produce en el aula: la subjetividad, el modo de relacionarse, la forma de habitar el espacio, hubiesen seguido siendo las mismas. Lo que quizás podría haber pasado es que eso al ser mucho menos sutil ideológicamente generase una respuesta, algún tipo de reacción o alguna clase de participación. Si consideramos entonces que podría interpelarse al estudiante con otros docentes pero iguales formas, cabe preguntarse si eso es positivo, si eso contribuye a un cambio y a qué tipo de cambio contribuye. Por otro lado, si pensamos que el docente puede generar algún tipo de participación, entonces ya no hablamos sólo de cambiar el docente sino de cambiar también las formas. Pero habría que ver en este caso si esto sirve para generar realmente un cambio o si es otra cosa.
«(…) la soberanía política tendrá dos polos, el Emperador terrible y mago, que opera por captura, lazos, nudos y redes, y el Rey sacerdote y jurista, que procede por tratados, pactos, contratos (…)» Deleuze y Guattari. Mil mesetas.
La experiencia con la que los atormento desde hace algunos párrafos es una cursada de Salud Pública, pero como es sabido también hay otras cursadas de la misma materia. Hay alguna que otra cursada donde la dinámica de las clases no es muy distinta pero sí hay un poquito más de participación que hace que los estudiantes estén más conformes. Además y si mal no recuerdo, en algunas hacen un viaje opcional al Chaco al final de la cursada. Eso no significa ni mucho menos que las relaciones de poder sean otras, sino que pone de manifiesto que en ciertas circunstancias pueden pasar más desapercibidas… que variando un poco las cosas un docente puede parecer un copado con conciencia social, sin que se alteren las relaciones docente-estudiantes. Y eso me parece que es un problema muy difícil de resolver, porque entonces si un docente es gracioso, da teóricos muy completos, pone buenas notas y/o muestra tener cierta sensibilidad social, puede terminar legitimando una situación donde se sigan produciendo el mismo modelo. Y sobre todo, genera impotencia, porque entonces cuando viene un tipo que no es tan copado para dar clases, como las relaciones de poder no están cuestionadas no tenés lugar desde donde cambiar eso.
Me aventuro un poco, y digo entonces que habría entonces distintos tipos de docentes. Estaría en primer lugar el docente tirano que impide la participación y difunde su ideología. En segundo lugar el docente mago que también impide la participación, pero de distintas maneras es capaz de capturar a sus posibles antagonistas. Y por último el docente jurista que se «abre a la participación» pero conserva para sí ese derecho. Los tres actualizan relaciones de poder, se complementan. Eso no significa, me parece, que si sos docente tenés que caer en una de esas tres categorías, lo que sería como decir que si sos estudiante no podés salir de la pasividad, sino que el cuestionamiento tiene que ser más profundo, y por eso mismo no lo puede hacer sólo el docente aunque esas sean sus intenciones. Ni voluntarismo idealista de pensar que cambiando individualmente se puede estar más allá de cualquier condicionamiento y estructura, ni «reproductivismo» de pensar que todo está determinado y no hay lugar para la libertad.
Si el Rey fuera comunista las cosas serían tan distintas…
Si aceptamos que una transformación de las relaciones de poder es necesaria, y que no podemos depositar nuestras esperanzas en un aumento presupuestario, pero tampoco en un cambio de contenidos o en que los docentes «alienten la participación» (lo cual como decía no sería necesariamente una transformación de las relaciones de poder), entonces habrá que preguntarse cómo transformar esas relaciones.
La afirmación de que el docente solo no puede cambiar las relaciones de poder en el aula y que por tanto no se pueden cambiar el conocimiento, las relaciones y las subjetividades que se producen en la facultad sin la participación activa de por lo menos una buena parte de los que la habitamos, implica dejar de ver un rato lo que hace el docente -sus discursos, sus silencios, sus diapositivas- y ver lo que hace el resto de los estudiantes. Un giro de 180° no sólo en la geometría concéntrica de las aulas, sino también en la militancia estudiantil que sigue mayormente considerando que la transformación y la Política -con mayúsculas- pasa por ocupar espacios de gestión.
Intentar aportar a la construcción de movimiento, autoorganizarnos colectivamente para resolver los problemas, sabernos potentes, capaces de transformarnos y transformar, poder hacer que nuestros cuerpos tengan el devenir que querramos, no es garantía de nada, no es tener las respuestas sobre cómo hacer para cambiar las cosas, en ningún orden de la vida, pero es empezar a hacer otras preguntas, a plantear otras discusiones.
Caso-problema nº 2:
Julio S., alias «Wilson»; paciente de 38 años, argentino, oriundo de Salta. Llegó al área metropolitana de Buenos Aires en el año 1998 en busca de trabajo. Se desempeñó como peón en distintas obras de contrucción y realizando distintas «changas» por la zona sur del área metropolitana. No conoció a su padre. Su madre falleció en el año 1994 a los 46 años «de una infección pulmonar». Tiene un hermano con quien había perdido contacto. Desde el año 2004 se encontraba en situación de calle y vivía en la zona de plaza Houssay (Capital Federal). En septiembre de 2008 llega a la guardia del Hospital de Clínicas llevado por sus compañeros de «ranchada» debido a
pérdida del conocimiento con caídas reiteradas. Refiere enolismo de 2 litros diarios (equivalente a 240 ml de alcohol).
En el examen físico se constata un deficiente estado nutricional; adenomegalias cervicales y supraclaviculares y signos de compromiso meníngeo por lo que se realiza una punción lumbar en la que se pueden observar bacilos ácido-alcohol resistentes. En la placa de tórax se puede observar un patrón miliar de lesiones en el pulmón.
El paciente permanece internado durante 10 días en observación con el objetivo de estabilizarlo y mejorar su estado nutricional, luego de lo cual es dado de alta con medicación antituberculosa e indicación de restricción de la ingesta de alcohol y volver a la consulta al cabo de un mes. El paciente cumple con la prescripción y vuelve a la consulta al mes, momento en que se constata su mejoría clínica y se le suministra
medicación para un mes más, momento en que se le indica volver.
En esta segunda ocasión el paciente no cumple con sus indicaciones respecto a restringir su ingesta de alcohol, y al cabo del mes luego de terminada su medicación no vuelve a concurrir al hospital. Seis meses después presenta un nuevo episodio de pérdida del conocimiento con convulsiones por lo que es vuelto a internar en el Hospital de Clínicas con una secuencia de eventos similar. Luego de ser dado de alta permanece unos meses en la plaza Houssay luego de lo cual se ausenta de la misma. Al año 2012 se desconoce su paradero.